En
el libro Disciplina con amor la autora crea una especie de guía dirigida a
padres y maestros que nos muestran el arte de educar, que hoy en día resulta un
reto difícil de alcanzar con los niños; la cual puede servir de apoyo para
saber cómo poner límites sin que la culpa intervenga en las decisiones de quien
es realmente la autoridad. Muchas veces nos encontramos con críticas de la
forma de educar o con las problemáticas con las que nos encontramos, pero en
este libro también se encuentran distintas alternativas con las que poco a poco
se puede ir mejorando la actitud de manera firme y a la vez sin la necesidad de
lastimar a los hijos.
Antes
los padres para educar a sus hijos tenían una actitud firme y segura al tomar
una decisión y en muy pocas ocasiones tomaba en cuenta la opinión o
sentimientos de los hijos. Esto se debía también a que no les importaba lo que
gente exterior a su familia pensara o criticara respecto a su forma de educar.
El niño era considerado de alguna forma un cero a la izquierda que solo debía
aceptar lo que sus padres decidieran para él. Los lugares de cada integrante de
la familia estaban bien definidos, en este sentido, el mando y la única
autoridad la tenía el adulto quien cargaba con toda la responsabilidad y el
niño simplemente obedecía sin tener que preocuparse por responsabilidades que
no le correspondían, por lo que la infancia del niño podía desarrollarse sin
ningún inconveniente. En esta etapa autoritaria también nos encontramos con
aspectos positivos para el niño que de alguna forma los protegía para guardar
su inocencia ya que por ejemplo en las conversaciones entre adultos de ninguna
forma permitían que los niños estuvieran presente lo cual evitaba que escucharan
comentarios o situaciones desagradables para no llenarlos de miedo o
preocupación. De alguna forma el niño siempre estaba en un ambiente de
bienestar donde siempre existía el apoyo por parte de la familia, aquí las
personas que ya tenían experiencia servían de sostén para enseñarles a los
padres como responder ante las demandas o necesidades de los hijos. Viendo la educación
autoritaria desde un punto negativo nos encontramos con secuelas muy graves en
el crecimiento de estos niños porque los padres nunca se preocuparon por las
consecuencias emocionales que pudieran sufrir a base de las humillaciones que
soportaban, y aunque su intención era buena, la forma fue nefasta. Desde la
perspectiva escolar en algunas escuelas se sigue utilizando este régimen en el cual
se trabajan dinámicas que solo promueven la violencia y baja autoestima entre
alumnos; en este sistema puede educarse el cerebro pero se lastima al corazón
de cada uno de los niños.
En
la actualidad los educadores tanto padres como maestros que de niños fueron
educados de esta forma y sufrieron en su infancia de algunas carencias viven
con el temor constante de no querer que esto les suceda a sus hijos y cambian
su actitud de forma radical cayendo en la permisividad. Es aquí donde en lugar
de hacerles un bien, los vamos transformando en niños o adolescentes que se
sienten con absoluta libertad de hacer lo que quieren y de alguna forma resulta
ser una posición muy cómoda para los padres ya que se evitan la tarea de tomar
decisiones dejándoles a los hijos toda la responsabilidad de las consecuencias
que traigan sus actos. Podemos decir que los papeles se invierten ya que el
niño toma el papel de adulto y el adulto de niño. Darles este tipo de libertad
a los niños es un gran error ya que a pesar de ser muy inteligentes aun no
cuentan con la madurez suficiente de un adulto para poder decidir lo que es o
no correcto en ese momento o para manejar sus vidas, porque la madures es solo
el resultado de lo que aprendemos en base a las experiencias las cuales se adquieren
con el paso del tiempo. Solo los padres pueden prever los peligros o
consecuencias de dichos actos por lo que los hijos necesitan de su guía y buen
juicio para educarlos. Al deslindar responsabilidades y pasársela a los hijos
los padres de alguna forma toman una actitud de cobardía. Desafortunadamente en
la actualidad se les ha dado la oportunidad y libertad a los niños de ver,
escuchar y hacer lo que quieran sin poner límite alguno, lo que en muchas
ocasiones provoca que los niños crezcan con miedo y temor a todo
constantemente. Son muy pocos los niños que aun guardan un tesoro muy
importante e irrecuperable, la inocencia. Cuando un niño pierde su inocencia su
alma se encoge y endurece, el mundo deja de ser bello y seguro para volverse
amenazante. Y somos nosotros quienes nos hemos encargado de quitársela al
enfrentarlo y exponerlo a un mundo crudo y lleno de problemas, donde la prisa
siempre está presente en nuestra vida. Nos hemos acostumbrado estar todo el
tiempo con prisa e involucrar a los niños en ella y no nos tomamos el tiempo
necesario para convivir con ellos y cuando al fin con el paso de los años los
padres ya tienen dicho tiempo, resulta que sus hijos han crecido y ya no les
interesa estar con ellos. Cuando apresuramos a los niños no permitimos que
desarrollen de manera adecuada la conexión que hay entre su cuerpo y el mundo
que lo rodea y cuando esto sucede nos encontramos con problemas graves como
autismo, síndrome de déficit de atención, hiperactividad, depresión infantil,
etc. Otro problema hoy en día es que poco a poco y sin darse cuenta los padres
permiten que sus hijos invadan su espacio lo que con el paso del tiempo trae
problemas en la relación de pareja porque la presencia de los niños en todos
lados no permite que puedan tener tiempo a solas para comunicarse con libertad
y es así como poco a poco pierden su intimidad. Y esto no solo afecta a los
padres, si no también a los hijos quienes también necesitan su propio espacio
para consolidarse individualmente y si los padres permiten que duerman siempre
con ellos los niños se acostumbran y cuando los padres deciden al fin
determinar su espacio quien más siente un cambio brusco es el niño. Los padres
que permiten esto en sus hogares lo hacen por comodidad, placer, porque no
quieren que sus hijos crezcan, por llenar huecos emocionales y por culpa. Los
padres deben tener claro su lugar y el de los hijos, y en algunas ocasiones
puede haber flexibilidad. Otro de los problemas de los padres permisivos es
cuando no prestan atención a sus hijos dejan que hagan lo que quieren por mucho
tiempo y cuando al fin deciden poner orden explotan sin límites. Algo que también
es común en los padres es ese afán de llenar a los niños de información que por
su temprana edad al final no les sirve de nada y solo provocan su estrés, en
este sentido cambian la calidad de aprendizaje por cantidad. Esto muchas veces
con el afán de exhibir a sus hijos como un trofeo ante la sociedad, sin pensar
que el niño está creciendo nervioso, ansioso, estresado y con falta de
atención. Debemos educar tocando su corazón a través de la música, el arte y la
imaginación; conectándonos con ellos para saber qué y cuanta información
requiere. El principal objetivo es educar al niño interesándonos en su bienestar
físico y su salud emocional.
Los
padres permisivos también son resultado de la perdida de autoconfianza que
tienen para educar a sus hijos ya que no se creen capaces de hacerlo y se
paralizan ante el miedo a equivocarse o de perder el amor de sus hijos, lo que
ellos aprovechan para chantajearlos si no cumplen sus caprichos; pero es
importante saber que la rabia que los hijos puedan sentir es pasajera y el
verdadero amor a los padres surge del respeto. Es aquí donde a los padres también
les corresponde darse a respetar como lo que son y no tratar de ser un amigo más.
Por otro lado nos encontramos con la problemática de que el maestro ha perdido
su autoridad y esto se debe a que con el apoyo de los padres los alumnos van adquiriendo
mayor fuerza volviéndose prepotentes, groseros y cínicos. El maestro que
permite que lo maltraten o humillen pierde su autoestima y el amor por su
vocación.
Los
hijos de padres permisivos ahora crecen caprichosos, demandantes e
insatisfechos, todo porque desde pequeños los consienten demasiado y toman una
actitud egoísta, antipática, con dificultades para socializar, envidiosos,
malhumorados, flojos y apáticos. La mayoría de las veces los padres consentidores
no piden opiniones porque saben que no les convienen y se vuelven ciegos ante
la realidad.
Después
de presentar las problemáticas en la educación infantil ahora buscamos
soluciones. Para educar debemos tener conciencia para encontrar un balance que
no nos haga caer en el autoritarismo ni en la permisividad, así pues lograremos
una educación consciente en la que el adulto respeta al niño y el niño al
adulto donde el adulto asume la autoridad con responsabilidad, dignidad y
orgullo; y el hijo está protegido y seguro.
Se
debe tener cuidado en tomar actitudes equivocadas, como lo es la
sobreprotección o el abandono. En el caso del abandono puede ser físico y
emocionan, los padres dejan que sus hijos tomen decisiones que no le
corresponden y cuando sufren las consecuencias los regañan. Por otro lado en la
sobreprotección los padres se encargan de controlar las vidas de sus hijos en
su totalidad para protegerlos de cualquier situación que los ponga en riesgo,
pero al hacer esto solo demuestran que no confían en las capacidades que sus
hijos tienen para experimentar por si solos; así pues ellos mismos vuelven a
sus hijos flojos, dependientes y sin voluntad. Hay que enseñar al niño a
pensar, en vez de pensar por él. Muchos padres sobreprotegen a sus hijos por
amor, porque los hace sentir importantes, por controlar, por miedo y por
desconfianza. En el caso de los niños discapacitados se puede confundir aún más
la sobreprotección porque creemos que ellos no pueden hacer nada pero lo que
ellos realmente necesitan es que lo alentemos para que hagan su mayor y mejor
esfuerzo por superarse y vencer sus limitaciones, logrando en ellos un mayor
aprendizaje y satisfacción por sus logros. Podemos tener compasión por ellos,
pero nunca lastima.
Para
lograr una educación consiente tenemos que capacitar, alentar y confiar.
Tenemos que aprender que debemos brindar solo la ayuda necesaria para que los
niños en un futuro puedan valerse por sí mismos. En primer lugar para capacitar
debemos tomarnos el tiempo necesario para enseñarles alguna habilidad, actuar
con hechos en lugar de hablar, enseñarles cómo realizar algo pero con el
proceso completo, haciendo las cosas despacio y con paciencia porque un niño
pequeño tiene un ritmo más pausado que un adulto, y supervisarlos de manera que
intervengamos lo menos posible para corregir pero sin lastimar ni desanimar. En
segundo lugar para alentar el adulto debe darle la confianza suficiente al niño
para que en el caso de fallar no se desanime y siga intentándolo las veces
necesarias hasta lograr lo que tiene como objetivo. Es necesario aclarar que
alentar no es lo mismo que alabar. Por último los padres deben confiar en la educación
que sus hijos recibieron para que el niño tenga confianza en sí mismo, lo cual
es muy importante porque la autoconfianza les permite estar bien cimentados en
la vida, les permite levantarse en momentos difíciles y los motiva volverlo a
intentar. Muchas veces se confunde la confianza con ideas equivocadas como la perfección,
el control bajo amenazas y la confianza ciega.
Hay
casos en los que padres tienen actitudes equivocadas ya que tienen expectativas
cerradas acerca de cómo quieren que sus hijos sean o esperan de ellos sin
importarles las preferencias que ellos puedan tener. Se hacen ideas de ellos de
acuerdo a sus preferencias o sueños no realizados y cuando se dan cuenta que
estos no siguen sus expectativas intentan imponer de manera egoísta sus deseos
condicionando a los hijos y no les permiten tener la libertad de elegir lo que
ellos realmente prefieren. Cuando los padres hacen esto es porque tienen sueños
frustrados que por alguna razón no pudieron cumplir provocando que los hijos
crezcan presionados y sin autoestima. Es ahí cuando la frustración llega y se
torna a vergüenza, vergüenza de decepcionar a los padres quienes son los seres más
importantes en su vida. Pero podemos transformar esto para tener expectativas más abiertas y
aceptar las preferencias que los hijos tienen demostrando así el amor
incondicional. Cuando se tienen expectativas abiertas se permite que los hijos
tengan éxito en lo que desean ya sea en el ámbito profesional, sentimental y
espiritual; los padres pueden opinar y sugerir cuando es necesario, pero después
deben retirarse para permitir que su hijo decida con libertad que hacer. Así
los padres demuestran el amor incondicional que le tienen a sus hijos,
aceptándolos tal y como son sin juzgarlos por las apariencias ya que nuestro
único trabajo como padres y educadores es acompañarlos y ayudarlos a descubrir cuál
es su destino.
Hablando
de forma generalizada en cuanto a una familia y la escuela nos encontramos con
situaciones que vemos frecuentemente y que es una actitud equivocada por parte
de los padres y educadores, comparar. Cuando hacemos esto solo afectamos las
relaciones entre hermanos y compañeros pues iniciamos una competencia infinita
en la que todos los participantes salen lastimados, además de promover la
envidia, celos y traición. Por eso lo correcto es poner a todos en el mismo
nivel para que cuando algo este mal como grupo se asegure que no vuelva a pasar
pues sabrán que si no es así todos juntos deberán pagar el precio. Se debe ser
justo pero sin exageraciones, es decir atender a quien más nos necesite en ese
momento pero sin abandonar a los demás, enseñándoles así a esperar. En lugar de
comparar debemos reconocer las distintas habilidades y cualidades que hacen de
las personas únicas, para que ellos aprendan a valorarse por sí mismos,
cultivando así si autoestima porque una persona con autoestima está libre de
ataduras y elige lo que quiere en la vida. Algo importante que no se debe hacer
es etiquetar a los hijos ya sea de forma negativa o positiva, pues nuestras
palabras quedan marcadas en el subconsciente del niño y si repetimos constantemente
una frase, el niño termina convenciéndose de ser lo que otros dicen que es. En
una familia tampoco deben haber favoritos pues solo provocamos resentimiento,
rivalidad y envidia entre hermanos. Es lógico que no se puede tener la misma
relacion con todos los hijos pues son diferentes y con distintos temperamentos,
pero si podemos tratar de conocerlos y conocer su lado positivo para
demostrarles que todos tienen el mismo amor incondicional.
Este
libro nos muestra experiencias que vemos constantemente con las personas que
nos rodean y hasta en nuestra familia, pero tambien nos muestra como podemos
cambiar nuestra actitud para mejorar nuestra relacion con los demás. Al igual
nos motiva a defender con seguridad nuestra dignidad como autoridad sin
sentirnos temerosos o con culpas, pues reconocemos la importancia y
responsabilidad de nuestras decisiones.
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